El encargo consistía en transformar el jardín privado de 5500 m2 en un parque público.

La propuesta partía de una voluntad claramente naturalista contraria a la implantación de un proyecto geométrico y racional. Así, y como si fuera una alfombrilla, sacudimos el jardín hasta cristalizarlo en un instante mágico donde la luz, presidiendo el espacio abierto, alterara la vieja fisonomía presentando una nueva y oculta realidad: el parque.

Se aumentó el espacio útil recreando ciertos mecanismos barrocos con la intención de dar la sensación de que el espacio era mayor que en la realidad, disminuyendo las pequeñas dimensiones del jardín. Los árboles, la superficie ondulada, los lindes semitransparentes o los muros verdes fueron las herramientas.

Muros curvados de cipreses ocultan unas zonas respecto a otras, introduciendo estos aspectos misteriosos y buscando una relación equilibrada con el exterior, lo que crea una especial tensión en el muro del límite del parque que provoca su ondulación.

En el proyecto inicial aparecían en la zona ajardinada grandes rocas que servían de asiento; posteriormente el Ayuntamiento las cambió por bancos normalizados.